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Cómo preparar vino caliente

Cuando aprieta el frío, cuando la nieve y el lodo se funden en un inacabable charco obscuro como la noche, cuando cae el sol y el hielo medra como ajugas bajo la piel, pocas cosas resultan más confortantes para el cuerpo que un trago caliente. Puede ser chocolate, sopa de cebolla o bien mejor, un rico y condimentado vino caliente.

Eso lo saben de memoria los europeos. En sus tierras vínicas, cada país tienen una receta singular para su vino caliente y asimismo un nombre: en Francia se lo conoce como “vin chaud” (vino caliente), en Hungría como “forralt bor” (vino quemado), Alemania “glühwein” (vino encendido), se afirma “glögg” en Escandinavia, al tiempo que los italianos del Norte lo llama “vin brulé”. Cualquiera sea el nombre, una cosa es segura: en el momento de calentarse las manos y el cuerpo, todos recurren al vino.

Ahora bien, una copa de tinto caliente, lo sabemos todos y cada uno de los que hemos bebido en nuestros veranos muy caliente, es algo como un trago de alcohol con duras asperezas de taninos, sumado a una acidez mordiente.  De qué manera se logra que el vino, alén del deseado efecto de la temperatura, sea algo agradable?

CÓMO PREPARAR VINO CALIENTE CORRECTAMENTE

  1. Calentar media botella de vino en una olla a fuego suave. Añadir uno o bien 2 clavos de fragancia, una rama de canela, un anís estrellado, un pedazo de cascarilla de naranja y 2 cucharadas colmadas de azúcar.
  2. Seguir fuego suave, siempre y en todo momento revolviendo para eludir que se caramelice el azúcar o bien la base del preparado. Note de qué manera aumenta el aroma de la bebida.
  3. Un momento antes que rompa el hervor, apagar el fuego, colar la bebida y servirla en tazas de té. Se puede acompañar con chocolate amargo o bien frutas secas.

RECETA

La diáspora del vino caliente en la cultura europea tiene una explicación. Documentado por vez primera en el siglo I de nuestra era como una medicina entre los legionarios romanos, donde desee que fuesen los ejércitos del impero quedó la costumbre de tomarlos en invierno. Pues fortifica, relaja y convoca al sueño con un agradable retrogusto.

Sea que lleven canela, clavo de fragancia, cascarillas de naranja, cardamomo o bien anís estrellado, el truco con todas y cada una de las versiones de vino caliente es uno solo: el agregado de azúcar o bien miel. El especialista en su preparación maneja bien la cantidad, por el hecho de que de ella depende que el espíritu quemante del alcohol y la aridez de los taninos se morigeren.

El otro gran secreto es el vino mismo. Alén de que para puristas de todo pelaje emplear tintos para añadirles sabores sea una especie de herejía sancionable a la fogata, es cierto que no todos y cada uno de los tintos se prestan bien para la hornalla. En cualquier caso, hay que buscar vinos ligeros, frutados y con una buena chispa gustativa, y dejar a un lado todos y cada uno de los tintos que ponderen el roble, la crianza y hasta el añejamiento. En eso, el beneficio radica en que con unos pocos pesos uno logra una buena botella para el preparado.

PUNTO DE EBULLICIÓN

En todas y cada una de las recetas que hay de vinos calientes, los ingredientes se ponen a la par del vino, a fuego suave. Es esencial revolver de forma aproximadamente incesante, en especial si el agregado de azúcar es copioso. Mas sobre lo que no hay un punto conforme es en el hervor.

Para unos, y con determinada razón técnica, el hervor desnaturaliza la mayor parte de los sabores del vino. Para otros, y con determinada razón técnica asimismo, sin que se llegue al punto de ebullición no hay mezcla de los sabores agregados. En todo caso, una cosa resulta segura: cuando más tiempo se lo caliente –con o bien sin  hervor- se evaporará mayor cantidad de alcohol, al paso que los gustos de caramelo y quemado se acentuarán.

En mi entender, los húngaros tiene la justa, puesto que abogan por una versión honestamente condimentada del preparado, en cuya cocción se llega hasta un momento antes que rompa el hervor. Lo sirven en tazas de té –previamente colado- y se sientan a ver bajar témpanos por el Danubio, mientras que transpiran tal y como si estuviesen en los conocidos saunas de Budapest. En eso, hay que darles la razón histórica. Con o bien sin río, su “forrelt bor” es un perfecto ejemplo a proseguir cuando escarchan los días.

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